Espérate.
Ni tú ni yo fuimos lo suficientemente valientes,
ni tuvimos las suficientes agallas
como para comprar pistolas
y comprar máscaras negras
y guantes de plástico
y finalmente cometer el crimen que nos ardía debajo del estómago.
No veo tu reflejo en ningún lado,
simplemente estás delante
con tres velas en las manos
y yo con la mente en las montañas
viendo cómo las hormigas te van subiendo por las piernas
viendo cómo tus hormigas me van subiendo por las entrañas.
Somos dos cobardes desnudos envueltos en la bandera del desarraigo.
Se nos caen los dedos,
se nos están cayendo los dedos en el suelo y al parecer no importa.
Nos cae la lluvia en la nuca,
se nos caen los dedos ordenadamente y la lluvia nos sale de la boca y al parecer no importa.
En la calle un hombre con barba enciende las farolas,
como en la infancia, cuando el miedo aparecía.
Los hombres con barba encienden los temores y yo te tengo entre el recuerdo de las piernas.
El enemigo tiene tu cara y tú y yo ya no somos cobardes.
Frente a frente, con una pistola en cada mano, conseguimos apretar el gatillo.