Y el mundo se acaba
os he visto
con los ojos en las manos
gritando
que el mundo se acaba
yo quiero ser el fantasma que recorra europa
quiero que en las aceras
se vea mi rastro
que madrid respire el sudor
que me sobra cada día.
Quiero
increíblemente quiero
que me respiréis esta noche.
Estoy cansada de oír
que somos marionetas
hoy no somos nada de nadie
yo quiero ser el fantasma que recorra europa
y vosotros podéis elegir qué queréis ser
y arrastraros por las calles
hasta que no os quede piel
hasta arriba de todo
cantando canciones desafinadas
poco acertadas para estos momentos
con los halcones planeando sobre nuestros hombros
y los ríos secos
las venas secas
el mundo que se acaba
y se hace pedazos.
No queremos copiar nada de nadie
no queremos copiar nada de nada
yo quiero ser el fantasma que recorra las calles de este país
y vosotros podéis elegir quién sois esta noche.
11 de septiembre de 2007
El día del orden final
Disidentes, bienvenidos.
Hoy es miércoles
el día de los errores fatales.
El día inconscientemente intermedio,
el día del orden final.
Y no quiero oír quejas de nadie:
al que proteste,
le corto la lengua.
Es el día del espectador en nuestro cine particular
el día de las películas de invierno en tardes de septiembre.
Qué gran idea.
Hoy es el día en que las cadenas de montaje no pararán,
el día en que el tráfico acabará colapsando las arterias de la ciudad
y quizá Madrid finalmente explote.
El día en que todos los bloques de hormigón terminarán de colocarse en fila,
uno tras otro en fila
y empezarán a tener sentido
mínimo sentido dentro de un círculo de cinco puntas.
Uno, dos, tres, tú y yo.
Cinco puntas afiladas para el miércoles.
Hoy eres un miércoles de mierda,
totalmente falso.
Eres un momento imperfecto dentro de una vida.
Es difícil resistirse a saltar cuando se tiene la soga al cuello.
Hoy la tengo atada;
la semana se ha puesto en su propia contra
para acabar con todo
con el resto de la felicidad mundana,
acabar con nosotros
y el tráfico que explota
las navidades en invierno
el mundo que sale despedido a esta hora.
No quiero quererte.
El 16 de abril de 2002 fue miércoles, me juego la mano izquierda.
Fue el día en que empezaron los errores permanentes.
Hoy es miércoles
el día de los errores fatales.
El día inconscientemente intermedio,
el día del orden final.
Y no quiero oír quejas de nadie:
al que proteste,
le corto la lengua.
Es el día del espectador en nuestro cine particular
el día de las películas de invierno en tardes de septiembre.
Qué gran idea.
Hoy es el día en que las cadenas de montaje no pararán,
el día en que el tráfico acabará colapsando las arterias de la ciudad
y quizá Madrid finalmente explote.
El día en que todos los bloques de hormigón terminarán de colocarse en fila,
uno tras otro en fila
y empezarán a tener sentido
mínimo sentido dentro de un círculo de cinco puntas.
Uno, dos, tres, tú y yo.
Cinco puntas afiladas para el miércoles.
Hoy eres un miércoles de mierda,
totalmente falso.
Eres un momento imperfecto dentro de una vida.
Es difícil resistirse a saltar cuando se tiene la soga al cuello.
Hoy la tengo atada;
la semana se ha puesto en su propia contra
para acabar con todo
con el resto de la felicidad mundana,
acabar con nosotros
y el tráfico que explota
las navidades en invierno
el mundo que sale despedido a esta hora.
No quiero quererte.
El 16 de abril de 2002 fue miércoles, me juego la mano izquierda.
Fue el día en que empezaron los errores permanentes.
9 de septiembre de 2007
Por mí el primero
El frío nos estuvo recorriendo los huesos
durante veinticuatro semanas seguidas.
Fuimos niños lánguidos,
altivos.
Los coches no eran lo suficientemente imponentes
como para evitar que cruzáramos la carretera.
Nuestras caras,
en la calle,
vacías y perfectas:
maniquíes con bocas demasiado rojas,
ojos de Premio Nobel,
laca en el pelo.
Nosotros,
todos los pequeños hijos de las más grandes perversiones de un país,
nos estuvimos mirando
durante veinticuatro semanas enteras;
con odio y con ganas de abrazarnos
hasta que dieran las cinco de la tarde.
Y así todos nosotros,
los que fuimos capaces de asesinar al hexámetro,
nos miramos agazapados
en chaquetas de cuello alto
y parapetos intercambiables.
Tirados en la calle aprendimos
que la vida consiste en adaptarse a la idiosincrasia estructural del momento
y que la felicidad no es más que el susurro calculado de un amante lascivo.
Somos doctores del capitalismo barato
y acabamos cada noche
en nuestra triste cama vacía
llena de todos nuestros hermanos muertos.
Pero hemos vencido
y hemos perdido
y no nos importa
porque sabemos que nada dura
más de veinticuatro semanas.
Y todos los veranos inexistentes
estarán esperándonos al lado de cualquier portal
cuando estemos horriblemente borrachos
y los taxis vengan del otro lado
y por mucho éxito, dinero y belleza
no tengamos una casa a la que ir
y nuestro único amigo pasajero
nos esté vetado,
vedado,
absolutamente prohibido.
No nos importará
porque todo cambiará en veinticuatro semanas.
Y sabremos que no estamos solos
y que el mundo gira
alrededor de nuestra generación.
Queridos,
quiero quitarme el cráneo por todos los veranos prorrogados
que hacen que me llegue la sangre
a las manos de cualquier persona.
Todas las noches en las que he querido
ser vosotros
y ver salir el sol
desde mis entrañas ajenas.
En este verano inexistente
estamos todos agazapados,
acechando entre los contenedores,
esperando a que pasen los inviernos repentinos
para correr hacia la pared en la que empezó todo el juego.
Y yo saldré,
con mi mejor sonrisa
y mi excitación mañanera
y golpearé, con el puño en alto,
un muro que se rompe.
Y pensando en vuestras caras
y en las peleas que aún no hemos ganado,
gritaré:
Por mí y por todos mis compañeros...
durante veinticuatro semanas seguidas.
Fuimos niños lánguidos,
altivos.
Los coches no eran lo suficientemente imponentes
como para evitar que cruzáramos la carretera.
Nuestras caras,
en la calle,
vacías y perfectas:
maniquíes con bocas demasiado rojas,
ojos de Premio Nobel,
laca en el pelo.
Nosotros,
todos los pequeños hijos de las más grandes perversiones de un país,
nos estuvimos mirando
durante veinticuatro semanas enteras;
con odio y con ganas de abrazarnos
hasta que dieran las cinco de la tarde.
Y así todos nosotros,
los que fuimos capaces de asesinar al hexámetro,
nos miramos agazapados
en chaquetas de cuello alto
y parapetos intercambiables.
Tirados en la calle aprendimos
que la vida consiste en adaptarse a la idiosincrasia estructural del momento
y que la felicidad no es más que el susurro calculado de un amante lascivo.
Somos doctores del capitalismo barato
y acabamos cada noche
en nuestra triste cama vacía
llena de todos nuestros hermanos muertos.
Pero hemos vencido
y hemos perdido
y no nos importa
porque sabemos que nada dura
más de veinticuatro semanas.
Y todos los veranos inexistentes
estarán esperándonos al lado de cualquier portal
cuando estemos horriblemente borrachos
y los taxis vengan del otro lado
y por mucho éxito, dinero y belleza
no tengamos una casa a la que ir
y nuestro único amigo pasajero
nos esté vetado,
vedado,
absolutamente prohibido.
No nos importará
porque todo cambiará en veinticuatro semanas.
Y sabremos que no estamos solos
y que el mundo gira
alrededor de nuestra generación.
Queridos,
quiero quitarme el cráneo por todos los veranos prorrogados
que hacen que me llegue la sangre
a las manos de cualquier persona.
Todas las noches en las que he querido
ser vosotros
y ver salir el sol
desde mis entrañas ajenas.
En este verano inexistente
estamos todos agazapados,
acechando entre los contenedores,
esperando a que pasen los inviernos repentinos
para correr hacia la pared en la que empezó todo el juego.
Y yo saldré,
con mi mejor sonrisa
y mi excitación mañanera
y golpearé, con el puño en alto,
un muro que se rompe.
Y pensando en vuestras caras
y en las peleas que aún no hemos ganado,
gritaré:
Por mí y por todos mis compañeros...
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